domingo, diciembre 03, 2006

Principe Azul.


La mañana era tibia y desperté temprano, con los ojos somnolientos y el corazón hinchado, regalé incrédula una sonrisa en el espejo longevo de ese baño feo. La hora de salir en la búsqueda de mi ángel ya se hacia presente, me lo imaginaba de mil y una formas; le pinté alitas de colores, le regalé ojos de querubines y dediqué una oración a cuanto santo milagroso para que el camino se hiciera corto y al fin tenerlo entre mis brazos.
La maternidad olía a penicilina y pan de pascua, las enfermeras se paseaban con gorritos de viejo pascuero y yo con el estomago apretado mirando cada guagua que aparecía. Entonces por el pasillos más albo del viejo hospital lo recuerdo venir en los brazos de Rocío con sus pequeñas manitas en su minúscula nariz, su carita rosada y sus ojitos cerrados que en ocasiones me tentaban de ganas para transgredir su sueños.
Pasaron mil lunas y un billón de estrellas, paso un amor en mi vida; paso un año completo para que lo volviera a ver y entonces con la ayuda de la pared y la mano de Alejandro acercó sus pasos a mí y sin entender quien lo llenaba de besos lanzó un grito desesperado de auxilio, pero basto una mirada de mis ojos miopes, una frase de sosiego y un “te amo, desde antes que nacieras” para que sus ojitos confusos dejaran de llorar.
Desde ese momento su lenguaje infantil y mis letargos nocturnos se supieron entender, desde ese día trató de balbucear mi nombre acompañado del título correspondiente, pero no fue hasta dos años después que me sorprendió con un
“Tía Jani, ¿juguemos?”.
Los años han pasado más rápido de lo que puedo recordar y en ocasiones creo que voy inventando sucesos. Son siete años ya, desde la primera vez que lo escuche llorar. Parece que los ciclos pasaran sin contemplaciones, sin pedir permiso para dar vuelta las páginas de la vida. Constantemente lo recuerdo con una sonrisa en mis labios e inevitablemente derramo una lágrima cuando escucho su vocecita divertida al teléfono decir “te amo”, siempre me sorprendo imaginando nuestras travesuras montados en la bicicleta y es que es el ángel de mi vida y a pesar de la distancia todas las noches antes de dormir sin querer -queriendo- balbuceo su nombre como diciendo; “Buenas noches, Nicolás” y esperando un “Hasta mañana Tía Jani” me quedo dormida soñando su risa angelical.